Cuba libre o aprenda cine echando a perder

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La enseñanza que deja el director cubano Juan Gerard, no podría ser más clara. Cualquier persona, con suficiente garra y los contactos necesarios como para financiar unos tres millones de dólares, puede hacer cine. ¿Quién se apunta?
De oficio arquitecto, cinéfilo hasta el tuétano, a Gerard le pareció ocurrente llevar a la pantalla aquel momento histórico en su infancia, teniendo además como contexto la caída del régimen de Batista en Cuba y la posterior entrada de Fidel Castro. Es 1958 y los rebeldes se encargaron de apagar durante un año una Cuba hechiza, filmada en Santo Domingo. Pero eso no es lo que importa.
En Cuba Libre (Dreaming of Julia, es el título original), vemos a un chamaco influido por el cine que se exhibe a cuentagotas y rodeado de una jacarandosa familia: “Che” (Harvey Keitel) es el abuelo todopoderoso, dueño de un gran casino, a quien todo mundo recurre por su gran sabiduría y consejo. Beta, la abuela, el “amor de su vida” (Diana Bracho) se dedicó abnegadamente al hogar y a velar por el bienestar de sus hijas. El resto de la familia es un colorido caldo de cultivo con muchísimas personalidades y rasgos que apenas y alcanzan a conocerse en dos horas de historia (imagine usted, 14 personales diferentes yendo y viniendo, haciendo y deshaciendo).
¿Qué hay entonces de atractivo en la cinta de alguien que nos quiere compartir su vida? No se vaya con la finta. Estamos frente a una cinta de latinos, maniatada en cuanto a lana (en una gran parte) e idioma se refiere, por los estadunidenses. No es Gael García Bernal, cuya imagen se encargaron de usar para promocionar la cinta, pues apenas y tiene un mini rol dentro de todo el multicultural reparto (y de hecho, no es “la” actuación de su vida). No es tampoco el montaje de tantos monigotes tratando de exponerse a cuadro, incluidos los lugares comunes como la voluptuosa vecina (lidiando con las mojigatas mentes conservadoras); el indigente omnipresente que sale a cuadro en cada acontecimiento importante como si fuera refresco de cola; el hijo genio de apariencia bastarda y… la gringa del pueblo, ex productora hollywoodense (¿acaso el wannabe proyectado del director?) y que, como bruja del cuento, se la pasa recluida en su mansión. ¡Descubra usted mismo la manzana de la discordia!
Según Gerard, la gran mayoría de las situaciones (por muy inverosímiles que parezcan, aclaro), realmente le ocurrieron en su infancia, al grado tal que, como muchos otros, el final se convierte en otro lugar común, pues en la isla no había progreso sin brincar a Miami (vía Venezuela, p´al caso). ¿Estamos frente a una infancia de ensueño, aderezada de modo lacrimógeno para vender un poco? Juzgue usted el resultado. Y si aún tiene dudas de convertirse en el siguiente director latino pródigo, agarre la Hi8 y póngase a grabar. Editar es una cosa de chiste con las computadoras caseras actuales. Chance y su película se animen a exhibirla como Cuba Libre. Con más suerte y consigue grabar a Gael más de los 5 minutos que Gerard logró.