Cinexcusas - Reseñas, premieres y lo que se acumule!

martes, abril 12, 2005

XLV Muestra. Revolucionario sin claqueta


"La obra de arte es producto de la locura". © Cineteca Nacional

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Quien no guste de esta historia váyase al carajo y escriba otra, proclama el brasileño Glauber Pedro de Andrade Rocha. Autodefinido como un “pastor” que proporcionaba la verdad, adelantado a su época, pregonante hacedor del “cine del futuro”, Glauber muere a los 42 años en 1981, víctima del cáncer. De atrás para adelante, de su funeral filmado a los orígenes como director de cine, Silvio Tendler ofrece con Glauber, laberinto de Brasil, un documental hecho rompecabezas que se configura una y otra vez para hablar sobre el legado de este revolucionario cineasta.
Probablemente desconocido para muchos de nosotros, Glauber fue uno de esos talentos irrepetibles en muchos años. Recordado por amigos, familiares y colegas, Glauber Rocha fue un “hombre sin claqueta”, alejado del campo magnético que atrae talentos para explotarlos en las vetas del cine comercial. A los 20 años y sin guión, filma su primera película. Tras el golpe de estado en 1964, cae como preso político, junto con otros siete intelectuales. A su salida, decide exiliarse, por lo que viaja a Nueva York, Chile, Cuba, Francia, lo mismo fumando marihuana sin menoscabo durante pomposas fiestas y charlas que protestándole al mundo y los grandes estudios que el público no paga para divertirse inocentemente.
Empleando la entrevista como principal eje de esta cinta, Tendler repasa el legado de Glauber, lo expone como un loco único (“benditos los locos porque ellos heredarán la razón), de obra irrepetible y crítica exacerbada (“en cinemascope, el magnífico espectáculo de nuestra miseria”). Empleando pasadizos laberínticos en 3D, la cinta se muta, cambia de nombre, aparentemente reinicia y otorga un nuevo enfoque sobre la obra de este excéntrico precursor.
Y así, con pietaje inédito, vemos a un Glauber indignado, en la cima de su carrera, reclamando por todos los medios en la Muestra de Venecia donde su largometraje (A Idade da Tierra / The age of Earth) no resultó ganador; en otro ángulo, se aprecia a un director amigo, filmando el velorio de su colega artista Di Cavalcanti (1977) a la vez que lo convierte en una fiesta (razón por la cual permanece enlatado por el gobierno brasileño) y con el mismo divertimento, su propio funeral, para dejar con ello, testigo de su paso por este mundo. Y para las siguientes generaciones, un ejemplo de promotor auténtico del cine nacional.